La teoría de Sighele, en su núcleo, se basa en la premisa de que la complicidad, entendida como el acto de cometer un delito, es el resultado de una serie de factores complejos que actúan sobre el individuo. No se trata de una predisposición inherente al mal, sino de una
que propone para el estudio del delito. Sighele se aleja del determinismo moral y del enfoque punitivo, y se centra en la comprensión de las causas del delito, reconociendo la complejidad de la situación del delincuente y su responsabilidad social.
Sin embargo, y a pesar de la genialidad de su idea, la obra presenta algunas limitaciones que es importante tener en cuenta. El enfoque de Sighele, aunque pionero, puede parecer, en la actualidad, algo
y nos invita a reflexionar sobre la naturaleza del delito y las posibles estrategias para prevenirlo y rehabilitarlo.
Creemos que la mayor fortaleza de la teoría de Sighele reside en su énfasis en la responsabilidad social. Reconocer que el delito es, en muchos casos, el producto de factores sociales y económicos, implica una responsabilidad para la sociedad, que debe actuar para crear un entorno más justo y equitativo, que reduzca las desigualdades y ofrezca oportunidades a todos los ciudadanos. De igual manera, se puede entender que su insistencia en la importancia de la educación y la rehabilitación del delincuente es un recordatorio de que el sistema penal no debe limitarse a castigar, sino que debe buscar, en la medida de lo posible, devolver al delincuente a la sociedad, proporcionándole las herramientas y el apoyo que necesita para cambiar su comportamiento. La obra de Sighele es, en definitiva, un llamado a la empatía y a la comprensión, que son ingredientes esenciales para una política penal efectiva y justa.


