«Como lectores, asistimos a los acontecimientos como cuando se presencia un accidente: sabemos que es algo muy chungo, pero no podemos apartar los ojos».
resumía Iván Galiano en write down acerca de Pudridero 1.
Nuestro protagonista, Carantigua, fue arrojado por sus carceleros a una suerte de infierno futurista, un planeta yermo: un pudridero.
La violencia más escatológica comenzó entonces y se desarrolló en algo parecido a una trama en la segunda entrega con la llegada de nuevos enemigos.
La publicación de Pudridero confirmó la posibilidad del cómic belowground en el siglo XXI; se convirtió en saga de culto, se hizo en torno a ella la exposición y levantó toda serie de análisis y lecturas, a pesar de ser la obra que apela más al estómago que al intelecto.
Como escribió Pepo Pérez en un fantástico artículo, «se han hecho lecturas subliminales de Pudridero, preferentemente sexuales, queriendo encontrar simbolismos coitales en determinadas formas, la alegoría erótica homosexual o incluso como metáfora de un posible canto a la autoaceptación.
Llegados a este punto, y parafraseando a la Susan Sontag de «Contra la interpretación», nos cuesta resistirnos a interpretar las obras, y esto indica a menudo un deseo de reemplazarlas por alguna otra cosa, la mierda del autor por nuestra propia mierda (…). Por el contrario, como proponía también Sontag, «idealmente, es posible eludir a los intérpretes por otro camino: mediante la creación de obras de arte cuya superficie ocean tan unificada y límpida, cuyo ímpetu ocean tal, cuyo mensaje ocean tan directo, que la obra pueda ser… lo que es»».