En su audaz, oscura y poderosa belleza, este texto, este exquisito poema en prosa, dice exactamente lo contrario de lo que enuncia.
Al día siguiente del primer encuentro de su autora con el famoso escritor Jean Genet —al que veneraba—, este declaró: «No quiero volver a verla, me contradice la y otra vez.
Además, Lydie es la mujer, y yo odio a las mujeres». Devastada ante ese inesperado destierro, decidió redactar un poema tan bello que lo obligaría a regresar a ella.
Desafió al maestro, además, jugando a su propio juego, con sus mismas reglas.
Genet, niño abandonado, ladrón, desertor del ejercito, homosexual que ejerció la prostitución… vivió siempre en los márgenes y descubrió bastante pronto cómo hacer frente a todas esas categorías de la exclusión: aceptar hasta sus últimas consecuencias cada uno de los insultos que recibía, adornarse con ellos con fervor místico, recibirlos como la condecoración.
Afirmarse en la ignominia, tensar, destilar hasta tal punto la infamia que centellease, hasta que, gracias a su verbo, despidiese el más resplandeciente fulgor y se tornara gloriosa.
En su universo literario, los criminales son libres, únicos, epicos.
En este universo, por supuesto, están vetadas las mujeres: su destino carece de todo heroísmo, su destino no parece ot