«El Cuerpo» nos introduce a Mircea, un niño de ocho años que vive en Bucarest en la década de 1960, en una Rumanía bajo el férreo control del Partido Comunista. Su infancia está marcada por una extraña y recurrente confusión entre el presente y el pasado, una sensación de que su realidad es una construcción fragmentada. La figura central de su vida es Vasile, el lúbrico muchacho con el que creció sin sombra, una presencia ambigua que representa un misterio y una amenaza latentes. Paralelamente, existen las imágenes de Maria, una niña que le parece de otro mundo debido a sus alas de mariposa, un símbolo de inocencia y de un deseo inalcanzable.
La casa de Mircea está llena de símbolos y secretos. Las alfombras cúbicas, tejidas por su madre, no son solo objetos decorativos, sino portadoras de secretos de estado, quizás relacionados con la vigilancia y el control de la población. La historia se enriquece con la aparición recurrente del Hombre Serpiente en la Alameda del Circo, un encuentro místico que añade una capa de surrealismo y presagia eventos ominosos. La novela juega con la ambigüedad y la incertidumbre, dejando al lector constantemente preguntándose si lo que Mircea experimenta es real o producto de su imaginación.
La relación entre Mircea y su hermano Victor, acurrucados juntos, cada uno con la cabeza a los pies del otro, es también una imagen clave de la novela. Simboliza una búsqueda de seguridad y protección, pero también puede interpretarse como una representación del conflicto entre la infancia y la madurez, entre la inocencia y la corrupción. La presencia de los hombres estatua que habitan las entrañas de una Amsterdam, una ciudad que Mircea visita en sus sueños, es un elemento particularmente inquietante, conectando la realidad rumana con un pasado europeo, quizá relacionado con la historia de la opresión y la represión. La novela es una compleja red de imágenes oníricas y recuerdos fragmentados, donde la línea entre la realidad y la fantasía se vuelve cada vez más difusa.
La trama de “El Cuerpo” se desarrolla a través de los recuerdos y percepciones de Mircea, que intenta comprender su propia identidad y el significado de los sucesos que lo rodean. El niño está obsesionado con la figura de Vasile, que representa para él un enigma central. A medida que avanza la novela, se revela que Vasile está conectado con un antiguo caso de espionaje, una red de informantes que trabajaba para la Seguridad del Estado rumana. La Seguridad, personificada por un agente implacable, comienza a investigar la vida de Mircea y de su familia, convencido de que el niño es un testigo clave de este caso. Esta persecución, aunque nunca explícita, se siente en cada página, generando una atmósfera de paranoia y temor.
El Hombre Serpiente, una figura mítica que aparece en sueños y visiones, se convierte en un símbolo de la corrupción y la deshumanización del régimen comunista. A medida que Mircea investiga el pasado de Vasile, descubre que este estuvo involucrado en una red de corrupción que involucraba a altos funcionarios del Partido. La investigación de Mircea lo lleva a un descubrimiento aterrador: Vasile no es solo un espía, sino también un asesino. La novela explora con crudeza la moralidad ambigua de la época, donde la línea entre el bien y el mal es borrosa, y las motivaciones de los personajes son a menudo impuras.
La visita de Mircea a una Amsterdam, una ciudad llena de recuerdos y simbolismos, es un punto crucial en la trama. En Amsterdam, el niño encuentra pistas sobre el pasado de Vasile y sobre la conspiración que lo involucraba. La ciudad, con sus canales y sus calles empedradas, se convierte en un espejo de la historia rumana, reflejando las consecuencias de la guerra y de la opresión. La atmósfera onírica y surrealista de la novela alcanza su máxima expresión en este episodio, donde Mircea experimenta una serie de visiones y sueños que lo llevan a cuestionar su propia identidad y su lugar en el mundo. La novela culmina con un enfrentamiento final, ambiguo y sinuoso, que deja al lector con una sensación de incertidumbre y de frustración.
Opinión Crítica de El Cuerpo (Cegador, 2)
“El Cuerpo” es, sin duda, una obra maestra de Mircea Cartarescu. Su profundidad psicológica, su prosa exquisita y su complejidad temática la convierten en una lectura desafiante pero sumamente gratificante. Cartarescu no solo ofrece una mirada crítica a la historia rumana, sino que también nos invita a reflexionar sobre la naturaleza de la memoria, la identidad y la relación entre el individuo y el poder. La novela es una fábula alegórica sobre la corrupción, la represión y la búsqueda de la verdad.
La técnica narrativa de Cartarescu, caracterizada por la fluidez y el ritmo, es particularmente eficaz en la construcción de la atmósfera y en la creación de personajes complejos y entrañables. El uso de la memoria involuntaria y de los fragmentos de sueño permite al lector experimentar la confusión y la incertidumbre que siente Mircea, yendo más allá de la mera narración de una historia. La novela es un excelente ejemplo de la capacidad de la literatura para cuestionar las estructuras del poder y para denunciar las violaciones de los derechos humanos. Cartarescu consigue un equilibrio perfecto entre el drama y el lirismo, haciendo que «El Cuerpo» sea una lectura que conmueve y que hace pensar. Se recomienda este libro a todos los lectores que disfruten de la narrativa compleja, las reflexiones sobre la moralidad y las obras que permanecen en la memoria mucho después de haber sido leídas.
«El Cuerpo» es una novela que merece ser leída y releída, que nos obliga a confrontarnos con la sombra del pasado y nos invita a reflexionar sobre los desafíos del presente. Es una obra que, sin duda, se ha consolidado como un hito en la literatura contemporánea rumana y un ejemplo de la maestría narrativa de Mircea Cartarescu.
