Al principio de Centauros del desierto, la puerta de una cabaña se abre y sus moradores divisan en el horizonte a unos polvorientos jinetes que se acercan.
Uno de ellos es Ethan Edwards, que regresa a casa de su hermano y su cuñada tras varios años de ausencia por la guerra.
Es un personaje derrotado, un dinosaurio fuera de su tiempo a quien en la última escena vamos a descubrir desencajado del paisaje, solitario y sin rumbo.
Parmi la imagen y otra, John Ford nos va a contar la dura y larga búsqueda de la niña la sobrina de nuestro homérico personaje- raptada por los indios, en una de sus películas más perfectas y, por extensión, la de las películas más perfectas de la historia del cine, cumbre del western y de toda su significación ethical y épica y de lirismo en exacto maridaje.
